Década de los 40, siglo pasado, recién finalizada la segunda guerra mundial, Dorothy E. Hollis, ama de casa y joven madre con un niño de solo cuatro años, se vio enfrentada tras la enfermedad y muerte de su esposo, con el problema de sacar a flote un pequeño hotel que ambos regentaban en la población de Yonkers, Nueva York.
Pero a los crecientes gastos, escasa clientela, y deudas acumuladas, se sumo una hipoteca, de la cual Dorothy nada sabía y que estaba a punto de vencer, al borde de la desesperación, la joven viuda se dio cuenta de que iba a tener que clausurar el hotel, quedando en la ruina, poco imaginaba que su finado esposo le brindaría ayuda desde el más allá.
Algo inusual sucedía con los garabatos de un niño
Como a los 3 meses de haber fallecido, el marido de Dorothy Hollis, uno de los empleados que aún permanecían en el hotel le mostró algo bastante curioso, se trataba de unos extraños garabatos que el hijo de ella había trazado en las hojas de una libreta.
Según lo relató el empleado, casualmente se había fijado como aquellos trazos que el pequeño hacía en un papel, tenían cierta coherencia por ser algo raro en alguien con soló cuatro años, el otro se detuvo a mirar, comprobando que el niño rompía con impaciencia la mayoría de las hojas donde escribía para volver a comenzar.
En esa actividad se entretuvo durante más de cuatro horas sin detenerse, hasta que finalmente completó tres páginas atiborradas con aquellos signos, aparentemente satisfecho, las doblaría cuidadosamente para depositarlas en el buzón donde su madre recibía la correspondencia.
Intrigado por aquel comportamiento del niño, el empleado abrió el buzón para sacar las hojas y examinarlas, aún cuando no logro entender nada, los jeroglíficos le parecieron tan uniformes, tan ordenada la secuencia, y tan claros los trazos, que decidió enseñárselo a la señora Dorothy explicándole todo lo que había visto.
La joven viuda tras examinar aquellos escritos, no podía creer que habían sido hechos por su niño ya que parecían ser signos taquigráficos, a fin de asegurarse, los llevaría ante un experto, y éste los identificó como una variante algo anticuada del sistema taquigráfico Pitman, aún así no le fue difícil transcribir lo que allí decía.
El mensaje era claro, fue como una ayuda desde el más allá
Para asombro de todos, se trataba de un mensaje claro y preciso, en el cual el difunto Bob Hollis esposo de Dorothy, informaba a ésta, que en una caja de seguridad de cierto banco en Nueva York, tenía documentos importantes, dinero en efectivo, y bonos negociables.
Aquel mensaje taquigráfico, aparentemente dictado por un difunto a un bebé de soló cuatro años, incluía además el número de la caja de seguridad en cuestión. Aun incrédula Dorothy se comunicaría con el banco comprobando que todo era cierto, y sería gracias a la ayuda desde el más allá, en forma de dinero y bonos negociables, cómo pudo cancelar la hipoteca vencida, pagar otras deudas, y realizar mejoras en el hotel.
Quizás el aspecto más impresionante de este caso, el cual consta con sus respectivas pruebas en los archivos del doctor Joseph Banks Rhine, pionero en parapsicología de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, fue que el finado Bob Hollis, antes de ser empresario hotelero, había trabajado como estenógrafo, utilizando precisamente, aquel anticuado estilo taquigráfico con el cual su hijo de cuatro años había escrito el mensaje.
¿Dictó entonces Hollis, desde el más allá, y a través de su pequeño hijo, aquella información que salvaría a su viuda de la ruina?, si bien la mente racional desdeña la intervención sobrenatural en lo ocurrido, ¿cómo explicar entonces, el que un niño de soló 4 años pudiese escribir en un sistema taquigráfico obsoleto, información específica que solamente su padre muerto conocía?.