Salem, es una pequeña ciudad de Massachussets en la colonias británicas de Nueva Inglaterra. Nos encontramos en el año 1692 y sombríos nubarrones emocionales se cernían sobre la población.
Los impuestos reales volvían a subir, los indios al parecer, se aprestaban para un nuevo ataque a los colonos de esas comarcas.
También el invierno se presentaba particularmente crudo, los malhechores eran una constante amenaza para los comerciantes y una epidemia de viruela había comenzado a extenderse por todo el territorio que hoy conocemos como los Estados Unidos de América.
Aquellos pocos ciudadanos, formados con un férreo carácter religioso comenzaron a adjudicarle un poder maligno a sus problemas y desdichas, los temerosos colonos comenzaron a consultar a los ministros de la Iglesia, quienes a su vez, actuaban en el orden religioso, como en el político, convirtiendo en jurídicos toda consideración que les fuese útil para mantener sus supremacía.
Esta situación convirtió paulatinamente a Salem en una auténtica “Teocracia” que hábilmente utilizaban las jerarquías para mantener un sometimiento de la comunidad.
Vista así la situación, podemos ya comprender como las personas piadosas de Salem, atemorizadas por la difícil situación llegaron a condenar a aquellos que mostraban poco fervor religioso, en poco tiempo los llegaron a considerar una auténtica amenaza para la comunidad de Salem.
Poco a poco grupos de hombres y mujeres se reunían para comentar apasionadamente esta situación, pero uno de estos grupos, integrado exclusivamente por mujeres y jovencitas, comenzaron a reunirse en la casa del reverendo Samuel Parris, en esas reuniones escuchaban fascinadas los relatos de una vieja esclava, llamada Tituba, sobre ritos y la práctica de hechizos y brujerías.
Entre las concurrentes estaba la hija del pastor, Elizabeth Parris, de nueve años de edad, y su prima Abigail Williams, de once. Se apasionaban tanto por la narracion de la vieja esclava que llegaron a sufrir espasmos y ataques de histeria –hoy esto está profundamente estudiado por la Parapsicología como «motivación del inconsciente»–.
Como se comprenderá, esta conducta provocó un estado de alarma y fue el detonante que desencadenaría los posteriores y lamentables acontecimientos, por citar algunos ejemplos; “Elizabeth llegó a arrojar la Biblia contra el suelo” y su prima Abigail “gritó, saltó y escandalizó interrumpiendo las oraciones en el salón”.
También sucedió lo mismo con otras jovencitas lo que alarmó aún más a los habitantes de Salem. La palabra “brujería“, comenzó a ser rápidamente nombrada por todos los colonos.
El miedo cundió y el clima se volvió insoportables
El diagnóstico del doctor Griggs fue decisivo al afirmar: «Una de las muchachas examinadas, presentaba evidentes síntomas de desequilibrios producidos por elementos extraños, entre los cuales se podría nombrar el embrujamiento».
Se habían terminado las dudas, las muchachas de Salem eran víctimas de la posesión diabólica, en los testimonios de los juicios leemos: “Es evidente que las chicas deseaban endemoniarnos; a juzgar por su conducta, se habrían sentido felices de podernos azotar”.
Estos sucesos que hoy podríamos interpretar, en una lectura rápida, como tonterías banales, nos dan el contexto social donde se mezclaban la inseguridad y el temor, creando un clima de tensión insostenible, las chicas atemorizadas por los interrogatorios comenzaron a acusar a otras personas como los causantes de aquellas brujerías y asi nacieron las brujas de Salem.
Estas acusaciones, provenientes de un grupo de jovencitas –cuyas edades oscilaban entre doce y veinte años– fueron consideradas “formales” y originaron una serie de dramáticos procesos que culminaron con el castigo más inhumano, producto de la superstición y la ignorancia.
Las acusaciones por brujería se acumulaban, y las personas de la población que contaban con el menor aprecio fueron las primeras víctimas: “Tituba, la esclava negra, Sarah Good, una pordiosera que acostumbraba a fumar en pipa y Sarah Osborne, una paralítica. Todas acusadas por las muchachas, Sarah Bibber, Elizabeth Hubbard y Ann Putnam. De allí fueron torturadas, agredidas, ensartadas, quemadas, deshechas y atormentadas”.
Estos hechos desembocaron en una situación totalmente fuera de control, que ni los mismos magistrados cautivos de la situación, podían controlar –Y todo esto, lamentablemente, es historia cierta sobre las brujas de Salem–, el ambiente de terror era tan grande que cualquier acusación de estas adolescentes era una condena a muerte.
La histeria colectiva crecía y algunos adultos comenzaron a sumarse en las acusaciones, John Proctor y su esposa fueron acusados por su propia criada de practicar brujería; una vez detenidos el comisario expropió sus posesiones, dando la custodia de los cinco hijos del matrimonio Proctor a la criada que los denunció.
El propio comisario, John Williard, terminó por comprender la situación y se sintió aterrorizado, pero fue incapaz de controlar, el comisario trató de huir, pero fue detenido, acusado por las jovencitas, juzgado rápidamente y ahorcado.
Durante este período treinta y una personas –seis hombres y veinticinco mujeres–, fueron condenadas a muerte, de ellas, diecinueve fueron ahorcados, las restantes, dos fallecieron en la prisión; una fue torturada hasta morir, otra fue detenida indefinidamente en presidio, y otros lograron seguir con vida confesando su trato con el diablo.
La vergüenza que supuso todo aquel hecho sobre las brujas de Salem
Todos los acusados debieron pagar los gastos de su detención y los gastos del presidio aún si luego eran absueltos, si eran ejecutados debían los familiares más próximos pagarle al verdugo. Pero diez años más tarde, el juez Samuel Sewall dictó sentencia por presión de los descendientes de Salem admitiendo la culpabilidad de aquel tribunal, para quien suplicó el perdón de los hombres.
En 1702, doce ministros anglicanos del condado de Essex reclamaron la reivindicación de los ciudadanos acusados que aún vivían, en 1711, un Tribunal General revocó las condenas de veintidós de los treinta y un condenado en 1692, la reivindicación sobre las brujas de Salem para aquellos que alguien no tuviera quien reclamara por ellos debió aguardar un siglo y medio, en el año 1857.
De esa manera se cerraba una página negra de singulares repercusiones humanas, que leyendo el libro de Charles W. Upman, brujas de Salem, transcribo: «Solo la demostración de la locura y el horror de que es capaz la naturaleza humana podía asestar un golpe mortal a los antiguos conceptos sobre la brujería».